El frío diciembre terminará pronto, el viejo año atestiguó
los besos que te di, día y noche, tarde y madrugada; todos aquellos minutos en
que extendí mi brazo para que te tomarás de él mientras caminábamos con alguna
conversación entre los labios; todas aquellas horas que pasamos juntos en la
cama, viendo el televisor, compartiendo algún gusto, desparramando migajas de
pan o manchando de refresco las sábanas porque la torpeza lo derramó, el viejo
año lo atestiguó; así como las muchas veces en que nos despojamos de la ropa
para terminar con el frío de la noche, el frío de las palabras, el frío del
pensamiento cotidiano, aquel del trabajo, aquel de los pagos, aquel frío sea
cual fuera su presentación que de ninguna manera detenía el encanto de besar tu
cuerpo, de erizar tus vellos, de enredarme en tus pestañas y perderme en el
orgasmo de tu mirada, jamás el frío fue tanto para detenernos de estar juntos una
que otra madrugada.
Y así, el frío diciembre junto con su año viejo concluyen,
entre lágrimas y risas, entre abrazos y enojos, entre todo aquello que nos hace
la pareja imperfectamente perfecta que divaga entre diferencias que son parte
de ti y de mí, que son vulnerables, quebrantables, que por momentos se
entrometen en nuestro diario sonreír y que bueno que lo hacen pues la enseñanza
que dejan es lo que cuenta, pues así, aprendiendo es como volvemos a sonreír.
Así sea viejo año con tu frío diciembre, ¡vete ya! Que me
dejas con el sabor de su perfume y el dulce tacto de sus ojos que cuando me
miran de esa manera ya no hay frío, ya no hay viejo diciembre, simplemente un
deslumbrante comenzar.
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