Y de pronto, en rojo semi transparente,
una imagen encerrada en mi pupilas, archivada en mi mente; tus
piernas apenas cubiertas con esa tela, inisito, era roja; la media
luz sólo me permite ver lo deseable, ocultando el resto para la
vista más no para el pensamiento; sentada de piernas cruzadas,
descalza al filo de la cama, aguardando impaciente el beso, la saliva
en tu talón, el tacto en tus pantorrillas, el aliento en tu mentón.
El impulso de una caricia ausente de
timidez se acomodó sobre tu rodilla derecha, la piel reaccionó con
un ligero temblor, un escalofrío fugaz se manifestó en tu vientre
con una explosión de deseo seguido de un gran suspiro y miradas que
se encontraron entre las sombras provocadas por la carencia de luz; y
un gran beso se hizo presente, uno de esos que advierten la
insaciabilidad, lo incansables que pueden ser los labios en su búsqueda por absorber los placeres mutuos, pero alto, quiero hacer
una pausa en esos labios de tan exquisita textura y tan delirante
sabor; bésame, sólo continúa y bésame.
El juego de las manos sobre la curva
que hacen tus caderas, incansable manifiesto de querer abarcarlo todo
sin dejar que se escape un ricón de tu madurez entre mis huellas;
suavidad, ese ligero aroma a crema corporal y perfume combinado con
el diario transpirar me llena el olfato como una droga que se
almacena en mis pulmones, me eleva, me llena de vitalidad.
Retira la tela de tu cuerpo, un tirante
cae de un hombro, ahora el que sigue, se resbalan por tus brazos
dejando un cosquilleo que se muestra en ese par de hermosos senos que
ahora han quedado al descubierto, así como tu ombligo, así como tu
vientre, así como tus caderas, el rojo encaje ha muerto en el suelo,
tu figura desnuda ilumina la habitación y trago saliva;
indescriptible a las palabras, eres bella; bésame y dejáme besar,
el sabor, tu sabor entre mis dientes; me gustas, lo salvaje de tus
caricias; tu larga cabellera, la temperatura corporal, el sonido de
tu voz, el tono de tus suspiros...
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