Había calculado la mayoría de
las probabilidades…
Tomaríamos un café mientras
escuchábamos la música del trovador y platicábamos de situaciones triviales, de
lo que nos había pasado durante el día o de cualquier anécdota que nos
arrebatara sonrisas. Pediríamos un postre o quizá una bebida más fuerte, el
lugar se prestaba para eso; después caminaríamos por las calles del centro, nos
sentaríamos en alguna banca del zócalo o en cualquier otro lugar que nos
permitiera seguir platicando. Así en la idea el plan era perfecto.
Había pensado en todo eso…
Y cuando tuviera la oportunidad
te diría que me gustas mucho, mirándote a los ojos me acercaría para darte un
beso en la mejilla y recorrería mis labios para besar los tuyos, un beso
delicado, sin prisa, que capturara el momento para que pudiera ser recordado como
algo bello en nuestro futuro; aprovecharía el aire frío de la noche como un
buen pretexto para abrazarte y entonces volvería a besarte si es que el primer
beso hubiera salido a la perfección.
Había pensado en un plan, pero
en realidad…
El café y el postre estuvieron
bien, la caminata por las calles fue bastante agradable, encontramos una banca
con un ambiente relajado y agradable para seguir nuestra conversación, hasta
ahí todo había salido bien, sin embargo. El primer beso que te di fue un
fracaso… Mis dientes chocaron con los tuyos, casi te lo planto en la nariz, en
ningún momento te dije que me gustabas, sólo actué como un adolescente nervioso
que parecía que estaba besando por primera vez.
Así fue, el plan no se llevó a
cabo al cien por ciento, sin embargo…
Reparé en mi error y volví a
besarte, una segunda ocasión con mucha más decencia, aunque igualmente extraño,
te abracé, tomé tus manos y no intenté ningún beso más por esa noche.
Lo había calculado en mi
imaginación, la realidad fue sorpresiva y los nervios me traicionaron,
afortunadamente hubo otra oportunidad, ya no hice ningún plan, me dejé llevar y
en esa ocasión salió mucho mejor.
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